El gaditano Canelo, fiel hasta la muerte

Canelo en su eterna espera

Esta historia empezó a rodar a finales de los años 80 y cuenta con tan sólo dos protagonistas; por un lado un vagabundo doblegado por el padecimiento de una enfermedad y por otro, un perro manso de andares silentes. Pero para aquel mendigo, su perro no sólo era eso, era además su amor, su amistad y su coraza contra el cortante y frío soplo de la soledad. Y para el perro igualmente, su dueño significaba su único compañero y por lo tanto, era su todo.

Las calles gaditanas y sus viandantes, fueron testigos de tantos paseos compartidos. El indigente era una persona que tenía una salud muy quebrantada, desde hacía mucho tiempo padecía una enfermedad renal que le exigía someterse de forma continua a diálisis en el gaditano Hospital Puerta del Mar. Transcurrieron las semanas tras los días y los años tras los meses, durante los cuales y ante la puerta de entrada de aquel hospital, siempre se sucedía la misma escena: “Espérame aquí compañero”, decía el vagabundo enfermo a su perro, y el compañero, como siempre, se quedaba allí, esperando el regreso de su único, de su todo.

Un día de esos de tantos, la dolencia derivó en importante gravedad y el mendigo tuvo que ser ingresado de inmediato. Esa tan repetida despedida, se tornaría esta vez distinta, ya que sería la última y el final. Con ese: “Espérame aquí compañero”, se sellaba su adiós definitivo terrenal, por esa puerta que enmarcaba la ida, esta vez ya no quedaba lugar para celebrar el feliz regresar.

Durante varias semanas, Canelo, como así se llamaba el perro, en su inocencia de lo atroz de la muerte, terrible monstruo encargado de desgarrar sin piedad almas unidas, esperó y esperó, allí donde siempre lo hacía, delante de aquella fría puerta de metal. Canelo esperaba fielmente sin ningún atisbo de duda, que el amor de su todo, en cualquier instante, volvería a regresar.

Se sucedieron los días, y tanto el personal del hospital como los vecinos y los taxistas con parada en el lugar, se conmovieron ante la fidelidad sin tregua de Canelo y se hicieron cargo de alimentarlo a diario. No dudaron incluso en acomodarle una improvisada cama a base de cartones, ante la certera suposición, de que Canelo no iba a abandonar su empeño de seguir esperando a su todo humano.

Varias personas acongojadas ante tal ejemplo de lealtad y preocupadas por su enorme penar, intentaron buscarle un hogar, pero aquello resultó en vano. Para Canelo no había más cálido cobijo, que aquel que le hacía sentirse cerca de su todo amigo. Sus ojos clavados en aquella fría puerta de hospital, delataban su anhelo y el firme empeño de seguir su espera.

La historia del fiel y triste Canelo, obtuvo resonancia a nivel nacional e internacional. Las crónicas de entonces registran que: “…desde Estados Unidos llegó una caseta de perros para que Canelo pudiera contar con una digna vivienda, pero las ordenanzas municipales de entonces prohibieron su instalación a las puertas del hospital”. Así Canelo continuó siendo lo que siempre había sido, un “sin techo”, pero ahora aún más duro, un sin techo sin su compañero.

Hasta que una mañana de otras tantas de larga espera, Canelo sintió que algo silbante oteaba sobre su cabeza y antes de poder conseguir que su instinto lo empujara al salto de la fuga, la cuerda de aquel lacero, estranguló su cuello, para en un tirón posterior aún más violento, terminar apretando el nudo corredizo que le cortaba la poca respiración que le restaba.

Quedó el dolorido y asustado Canelo, con las patas balanceadas al aire, haciendo de la impotencia el cepo de su desesperación. Los laceros lo llevaron a la perrera sin ninguna queja. ¿Qué había ocurrido?, pues que un inerme humano, presentó una denuncia quejándose de la permisividad otorgada a Canelo tan cerca del acceso a un hospital, sin contemplar el riesgo que aquello, según su opinión claro, suponía para la salud pública,

La reacción no tardó en prorrumpir afortunadamente, y los gaditanos junto con el grupo ecologista A.G.A.D.E.N.  (Asociación Gaditana para la Defensa y Estudio de la Naturaleza) al frente, se aunaron en grito y arremetieron contra las autoridades municipales. El empeño popular obró el prodigio de la sabia rectificación, y el Ayuntamiento de Cádiz, decidió convertir a Canelo en “perro indultado”. La presión del pueblo salvó a Canelo del “aislamiento preventivo” y de la maldita guadaña sanitaria.

A.G.A.D.E.N. se hizo cargo de él y tras vacunarlo y desparasitarlo, le dotó de la documentación a fin de que dejara de ser un “perro sin papeles”, y nuevamente hubo multitud de personas que intentaron adoptarlo. Pero todos ellos fueron siempre intentos baldíos, ya que Canelo se escapaba y volvía al mismo lugar, a su puerta de espera, a la atalaya de la expectativa del retorno con su todo amigo.

Finalmente todos desistieron ante la fiel actitud de Canelo, que pasó a ser simplemente uno más, pero uno muy especial. Nunca le faltó comida, ni agua, ni una manta en invierno, ni palabras cariñosas o abrazos tiernos. Este digno y fiel canino, dedicó sus últimos doce años de vida, a vagabundear por los alrededores de aquel hospital, haciendo de su callejón, su hogar sin dueño. Hasta que un 9 de diciembre de 2002, un coche lo atropelló y yació muerto en el asfalto, él y su también larga espera.

“A Canelo, que durante 12 años esperó a las puertas del hospital a su amo fallecido. El pueblo de Cádiz como homenaje a su fidelidad. Mayo de 2003”.

Poeta Juan Pablo: “Te encuentro siempre triste y abatido, pero atento adonde tu mirada alcanza, porque aún no has perdido la esperanza, ni aceptas que tu amo se haya ido”.