
Lilica se trata de una perra vagabunda que en su día no fue sino una cachorra más desamparada y arrojada a la tan dura vida callejera.
Pero afortunadamente Lilica es este caso, tuvo la gran suerte de que un humilde pero compasivo hombre se cruzara en su camino y que el cual, conmovido ante su mal estado, no dudara en adoptarla y criarla con mucho amor y sobrado esmero. Se trataba del bondadoso Antonio, poseedor de tan sólo una pobre chabola rodeada por chatarras en la ciudad de San Carlos (Brasil). Este hombre, pobre, pero tan dignamente caritativo, compartía lo poco que tenía con otros tantos animales adoptados también por él. Este grupo de animales con los que había formado su gran familia lo conformaban un gato, varias gallinas, un mulo y otras dos perras a parte de Lilica, de nombres Vania y Neile.
Lilica se trataba de una perra especialmente inteligente que había sabido conquistar también el tierno corazón de otro humano más aparte de Antonio. En este caso, se trataba del de la profesora Lucía Helena de Souza, una gran animalista comprometida en el de cuidado de 13 perros y 30 gatos callejeros desde hacía ya varios años. Entre ambas, Lilica y Lucía, se había desarrollado una relación de cooperación humanitaria muy entrañable y especial. Cada noche, desde hacía ya tres años, Lilica emprendía un solitario y duro caminar por una carretera muy maltrecha con el fin de encontrarse con Lucía.
Ella la aguardaba a diario entorno a las 21:30 de la noche sentada sobre una silla y con una bolsa llena de comida preparada. Lucía solía compartir este tierno encuentro con Lilica abriendo la bolsa, depositándola en el suelo y ofreciéndosela a ella como alimento único y diario. Después y una vez que Lilica saciaba su hambre, Lucía volvía a anudar la bolsa para que Lilica la pudiera portar bien en su boca y poder cumplir así con la solidaria misión de llevárselas a sus otros hambrientos compañeros de chabola. De esta manera, cada noche, ya fuera fría, lluviosa u obscura, Lilica caminaba dos kilómetros diarios para ir a recoger la bolsa de comida que le preparaba Lucía y otros dos de vuelta para hacerle la entrega de ella a su querida familia de animales.
Historias tan piadosas como estas, hacen que cada día quiera, respete y admire más a mis compañeros los animales, sintiéndome gratamente afortunada por poder compartir con ellos este ruin planeta deshumanizado y poder así sentir esas tiernas emociones que sólo sus grandiosas bondades son capaces de transferirme y que a la par me enseñan cada día a ser mejor persona.
Escrito por: Mariluz Clavería Lastra