Todo y Nada; Voyta y su compañera de viaje Ušàk

Voyta y Ušàk

 

Quiero compartir con vosotros una historia real que me ha conmovido profundamente. Me gustaría que sirviera de ejemplo para todas aquellas personas que ponen las circunstancias económicas o la falta de recursos como excusa para abandonar un animal.

A los pocos días de estar de vacaciones en mi tierra natal, Cádiz, vi en la calle donde resido un señor de unos 50 años, extranjero, que estaba pidiendo limosna con un cartel que rezaba “por favor, ayuda para mí y para mi perro”.  Me acerqué a él para darle algo de dinero y pienso para su perrito, un cruce de galgo joven, de unos 7 meses, que estaba tumbado plácidamente a su lado. Lo que me relató, en su bastante buen español, fue duro de escuchar. Me dijo que un día, mientras buscaba algo de comida en el contenedor de la basura, se lo encontró dentro. Tenía las cuatro patas atadas y el hocico amordazado para que no pudiese ladrar. Estaba en muy malas condiciones, con un estado de desnutrición extremo y lleno de parásitos. Le compré– me explicó-, con el poco dinero que tenía, unas pastillas para desparasitarlo, y estuve más de dos horas quitándole todas las garrapatas del cuerpo. Hace 3 semanas que lo tengo conmigo, y ahora está mucho más contento, ya quiere comer y jugar. Le he puesto de nombre “Ušàk”, que significa “orejas grandes” en checo (su idioma natal). Voyta Korosi, que así se llama este señor, me contó “Él tiene mucho amor para mí y yo para él. No quiere que me separe ni un metro, porque se pone a llorar”. Yo le dije que Ušàk sabía perfectamente que él le había salvado la vida. Si no lo hubiera rescatado, lo habría triturado vivo el camión de la basura.

Y frente a mí estaba este hombre, dando lo poco que tenía para sacar adelante a un animal que tristemente conocía el peor de los maltratos a pesar de su corta edad.  Ante tan injusta situación, le ofrecí a Voyta mi ayuda para que Ušàk se pudiese quedar con él para siempre.

Jamás olvidaré el abrazo que dio Voyta a su perro al salir de la clínica. Ušàk le lamía las lágrimas de la cara mientras movía alegremente el rabo.

Al día siguiente nos acercamos a la clínica veterinaria más cercana. Ušàk recibió su vacuna reglamentaria, y fue identificado con su microchip y su pasaporte. También se llevó de regalo un collar para que no volvieran a molestarle las garrapatas en varios meses. Jamás olvidaré el abrazo que dio Voyta a su perro al salir de la clínica. Ušàk le lamía las lágrimas de la cara mientras movía alegremente el rabo, y él le decía “ya no nos separaremos”.  Voyta se volvió hacia mí con una mirada de felicidad que guardaré por siempre en mi memoria, y me dijo “Gracias. No sabes cuanto significa él para mí”. Y le transmití que era yo la que estaba profundamente agradecida, por haberle salvado la vida y haberlo cuidado con tantísimo amor y generosidad. Él, más que nadie, se merecía mi gratitud. Poco después Voyta se sinceró conmigo, y me contó que actualmente no tenía trabajo, ni familia, ni casa, que era diabético y estaba enfermo del corazón, y que el cúmulo de problemas sin solución le había llevado incluso a plantearse el seguir viviendo antes de encontrar a Ušàk, pero que la llegada del perro lo había cambado todo. Le había dado nuevas fuerzas e ilusión para para seguir. Reconoció que Ušàk le había salvado la vida.

Ušàk quizá lo tenían todo, pero estaban vacíos. Voyta no posee nada, ni siquiera un techo donde pasar la noche, pero ahora es un hombre rico. Tiene a su lado a alguien que jamás le abandonará.

Fuente: Virginia Iniesta